UNA CRÓNICA AMAZÓNICA

MARIO DE LA ROSA

Veintiséis horas tardamos en llegar al campamento base desde Madrid. De Madrid a Lisboa, de Lisboa a Belem, de Belem a Manaos, de Manaos a Manacapurú, y desde allí un barco lento, dos horas para unos pocos kilómetros, surcando el Río Negro hasta nuestro campamento. Ese era el lugar donde íbamos a vivir y a rodar, pues cada metro cuadrado de nuestros alrededores era un set de rodaje perfecto. Muy alejados de nuestra zona de confort habitual, tuvimos que adaptarnos vertiginosamente a unas condiciones completamente nuevas. No era mi primera vez en la selva, recorrí Costa Rica de cabo a rabo, pero si era una selva muy diferente. Estábamos en una zona de selva inundada, sumergida en gran parte por el caudal del río. Allí estábamos, sin cobertura telefónica, sin wifi, sin radio, sin televisión. Estoy seguro de que muchos millennials habrían sucumbido.

Lo cierto es que en un entorno como aquel, la amistad se forja más rápido, vivir situaciones cotidianas más extremas te lleva a confiar más en el resto. Y eso que el grupo estaba preparado para cualquier contingencia, gracias sobretodo a un equipo técnico que estaba curtido en mil batallas. Ya sabéis que los artistas somos más frágiles o vulnerables, por mucho Alcorcón o Carabanchel que llevemos en las venas. Por otra parte también se magnificaban las malas vibraciones que pudieran surgir, aunque debo decir que se iban diluyendo con el trabajo y con la sensación de que si te “cruzas” te quedas solo.

Dormíamos en grupos de a seis, ocho, diez… En malocas de madera y paja, suspendidos en hamacas, nuevas para muchos pero que resultaron ser muy cómodas. “El abrazo de la madre” lo llaman por allí. La selva nunca calla, aunque uno llega a acostumbrarse y puede dormir a rienda suelta. Sin ventanas y con alguna mosquitera, los insectos se contaban por millones. Minúsculos y gigantes, de todas las formas y colores, alguno del tamaño de mi mano y con estabilizadores de vuelo, a veces no daba crédito. En ocasiones rompía a llover y tronar y entonces parecía que todo el planeta se iba a romper. Mientras, pasaban los días compartiendo nuestras canciones, nuestras bromas, contándonos historias, conociéndonos más y mejor.

Uno de los retos fue el calor, la media superaba los treinta grados de temperatura. La humedad no bajó del ochenta por ciento, añadiendo todos los preventivos y repelentes que llevábamos encina y además el vestuario. En mi caso, llevaba ropa interior, mallas tipo peto, pantalón grueso de piel sintética, camisa de época, gambesón, tallín, guantes de cuero, botas hasta la rodilla y coraza. Vestirse y desvestirse era una ardua tarea, llegar a tu marca y decir tu texto sin desmayarte iba un poco más allá. Gracias a la buena hidratación y la comida, que no escaseaban, teníamos fuerzas para afrontar el reto.

Y así iba pasando un día tras otro, con una premisa que reinaba por encima de todo: Juntos. Todos remando hacia el mismo lugar, comprometidos con sacar adelante este maravilloso proyecto. Personalmente, cuando el primero de dirección gritaba “Acción” allí no había nada por lo que sentirse lejos, fuera, mal o como queráis llamarlo. No había cansancio, ni calor, ni dolencias… Estabas tu compañero y tú, con una historia que sentir y que contar. Nunca antes había experimentado algo así, tan intenso que de algún modo traspasa la pantalla.

Eso es algo que sin duda deja huella. Sentir el punto álgido de tu arte y profesión, en semejante paraje y con semejante equipo, quizá sea algo que no vuelva a experimentar con facilidad. Espero equivocarme. Menudo privilegio descubrir a Miguel Lago, Roberto Bonacini, Jorge Cabrera, Kike Inchausti… sentir a Colón, Ojeda, Urtubia, Bernardino. Trabajar y convivir con indígenas autóctonos que rodaban en sus dialectos. Compartir con ellos su cultura y costumbres en portuñol. Mimetizarse con el equipo de cámara y sentirlos más artísticos que tú. Preparar las escenas la noche anterior con la dirección y crear juntos una simbiosis que alimenta. Así nació aquel lema de “Lo que la selva une que no lo separe el hombre”. Y así lo mencionamos, entre risas y abrazos, de vuelta a nuestras vidas más o menos cotidianas.

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